Venezuela es un país sumamente interesante. Una vez, uno de mis más queridos profesores de filosofía me dijo que, para nuestra disciplina, estar aquí es una fuente inagotable de saber sobre lo humano.
Para él, si sobreviene la crisis, también está cerca lo nuevo, con una fuerza telúrica importante. «Momentos difíciles, crean hombres fuertes…». Este país alcanza para todo, incluso para crear un banco con bitcoin.
En medio de una de las olas migratorias más intensas de la historia de Venezuela, la criptomoneda de Satoshi Nakamoto ha servido para «reducir» las distancias entre amigos y familiares.
Un pequeño banco familiar
Este es el relato del primo de un conocido, que vive cerca de la casa de mi madrina en Caracas, la capital de Venezuela. Según dijo, a pesar de que la gran mayoría de sus amigos y un número cada vez más importante de sus conocidos, se fueron del país, se mantiene aquí.
Con razones o no, viendo las verdades inagotables de lo humano (y su plasticidad en el sufrimiento), aquellas de las que hablaba mi profesor, este primo de un conocido, a quien llamaremos Carlos, se ha visto obligado a aprender a utilizar bitcoin.
Del país se han ido casi todos sus amigos, lo que resulta en una soledad impuesta y en el afecto cada vez más digital de los suyos. También se han marchado hermanos, primos, tíos. Todos, tras su partida, van dejando a pocos jóvenes a cargo de muchos padres y abuelos de edad adulta o casi ancianos. Los vestigios de la migración son casas con habitaciones vacías, que se han convertido en una escena cotidiana.
Pero alguien tiene que encargarse de las cuentas, porque el trabajo de padres y abuelos, pagado en bolívares, resulta insuficiente para sobrellevar la situación devastadora de la economía venezolana. Todo esto me lo contó Carlos al borde de las lágrimas.
Es aquí donde entra bitcoin en escena. Muchos de sus primos han recorrido su curva de aprendizaje junto a él. De esta manera, han pasado de no saber nada a conocer cómo funciona (al menos rudimentariamente) bitcoin. No les ha tomado mucho tiempo, aseguró Carlos, porque aprenden mientras utilizan la herramienta.
Para solucionar la economía de la casa de sus tías y abuelas, Carlos cuenta con un grupo de primos que envían parte del producto de su trabajo en otros países a Venezuela, convertido en bitcoins. Se trata de una red de intercambio de valor entre pares en pleno funcionamiento. Carlos sabe que él y sus primos son afortunados. No todos podrían optar por ser su propio banco.
Tienen acceso a Internet en Venezuela, y a muchos les falta la electricidad, especialmente fuera de la capital. Bitcoin es eficiente porque les permite contar con ciertas condiciones que parecen un privilegio, aunque deberían ser la normalidad para la mayoría.
Sin embargo, con una infraestructura mínima y sin teléfonos de última generación, han creado una red de intercambio de valor que les permite convertir lo necesario a monedas fiduciarias, para que en todas las casas haya comida y se paguen los servicios. «No vivimos con lujos, pero no nos faltan tantas cosas como a otros», afirma.
Bitcoiners unidos
Su modelo familiar, esta suerte de familia bitcoiner, se ha replicado con algunos de sus amigos. Aunque parezca inverosímil, desde Venezuela también han ayudado a otros en países mejor acomodados pero que no ofrecen facilidades a los migrantes para acceder a su sistema bancario. En los diversos países adonde han ido a dar sus amigos, allá, el uso de bitcoin con sabor venezolano, se ha hecho sentir.
Lo más interesante es que el interés de Carlos no se queda allí. Para él, es importante operar un nodo de bitcoin. Si es posible, uno de Lightning Network (LN), pues si bien reconoce sus limitaciones técnicas, esto contribuiría al fortalecimiento de la criptomoneda y su aseguramiento como dinero. Incluso en Venezuela resultaría rentable, por lo que se ha trazado un plan de ahorro para poder operar sus nodos y poner su parte en el mantenimiento de la red.
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La imagen destacada del artículo es original de Lucho Poletti. Mira su obra aquí.